Por Núria Rabassa | Valor Positiu + Esport
Una de las premisas incuestionables cuando hablamos de deporte es el error.
El error es una variable que aparece y no podemos controlar. Y me gustaría resaltar el “no podemos controlar”. Controlar un error es muy complicado.
Entrenamos día a día a los deportistas para que ejecuten una acción de la mejor manera posible según las circunstancias que creemos que aparecerán y, sin embargo, no nos damos cuenta que en una competición no se repiten las mismas circunstancias el cien por cien de las veces entrenadas: es decir, si bien en un entrenamiento podemos “controlar” y corregir el error, en una competición resulta mucho más complejo porque entran en juego distintas variables de las entrenadas y que, además, no podemos controlar.
Con ello, me refiero a que es prácticamente imposible controlar que un jugador meta una canasta de básquet, o marque un gol, o gane un set, seis a cero o, haga un programa totalmente limpio, o ejecute correctamente las infinidades de elementos técnicos (de cada disciplina) que entran en juego, el cien por cien de las veces. Por ello, por que esta dificultad forma parte del juego e influye en los deportistas, debemos incluirla y trabajarla día a día.
Cuando nos adentramos en una competición es cuando empieza el juego para ver quién es el equipo o el deportista que comete menos errores y, así, puede ganar esa competición. Sin embargo, no nos damos cuenta que, como entrenadores, somos los principales causantes de que éste aparezca la mayor parte de las veces.
Permitirme el lujo de haceros una pregunta… ¿cuántas veces habéis reprochado a vuestro jugador/a que ha cometido un error? o incluso, cuantas veces has dicho ¿cómo puedes haber fallado esa entrada, ese chut, ese punto…? Y aquí, viene la primera reflexión de este segundo artículo… Cuanto más énfasis y más reproche hagas a tus deportistas, más desconfianza estás generando en ellos/as mismos/as.
Cuando los entrenadores nos focalizamos en aquello que los jugadores/as hacen mal o, creemos que no deberían haber hecho, estamos lanzando un mensaje directo a su autoconfianza. De este modo, si no les permitimos el lujo de fallar y repararlo nos alejamos de ayudar al jugador a construir sus niveles óptimos de confianza que beneficiaran su conducta y su estado mental. Y, además, estamos obviando el aprendizaje de reparar esa conducta errónea que contribuye al resultado final y, seguramente, volverá a aparecer más adelante.
En este punto me gustaría destacar la importancia de influencia y de control que tiene el entrenador en una competición: fijaros, ¡estas son sólo del diez por ciento! Y es que en una competición, el entrenador sólo tiene el diez por ciento del control y la toma de decisión. Poneros a pensar un momento… ¿Quién compite? ¿El entrenador o el deportista? Haciendo esta reflexión, nos damos cuenta que son los propios jugadores los que toman sus propias decisiones más allá de las palabras del entrenador. Y esto es inevitable, puesto que el mayor poder que tiene un entrenador (en los deportes permitidos) es cambiar un competidor por otro y, pedir tiempo muerto en un determinado momento. De lo demás, puede hablar y decir pero, debemos tener claro que son los jugadores los que tienen el control en la pista o en el campo.
En este sentido, aparece la segunda reflexión y es que la función del entrenador debe ser la de entrenar a los jugadores para que sean capaces de tomar la mejor decisión posible durante la competición, bajo niveles óptimos de autoconfianza. Y, es importante este “niveles óptimos de cofianza” porque más allá de la teoría, la práctica nos ha enseñado que un deportista con el nivel óptimo de con?anza en sí mismo (y en sus recursos) es capaz de tomar decisiones más elocuentes, previamente entrenadas.
En relación a lo que acabo de mencionar, quiero añadir la tercera re?exión y es que, entrenadores y entrenadoras, debéis empezar a entender, aceptar y, con ello, trabajar, con que fallar es algo natural del propio deporte y de los propios deportistas. Pensarlo por un momento, ¿de verdad creéis que el deportista quiere fallar cuando tira un triple? ¿o cuando hace un chut? ¿o cuando realiza una rematada? ¿o cuando compite en un campeonato europeo? Evidentemente, no. El deportista no pasa horas y horas y horas y un largo etcétera de horas entrenando y trabajando para llegar a la competición y fallar. El tema es que en la competición se cometen más errores porqué se atribuye como “algo más importante” y, esta atribución aumenta los niveles de autoexigencia de entrenador y deportista con lo que automáticamente (sin un un entrenamiento mental previo), aparecen dudas y pensamientos alterados.
Por lo tanto, ¿cuál es la función del entrenador en este sentido? Fácil. Ayudar a disminuir estos fallos y, si se cometen, ser capaz técnica y tácticamente de solucionarlos (dentro del grado de control que tenga).
En cualquier caso, y como cuarta reflexión del artículo, echar en cara que se ha cometido un error no ayudará al deportista a que deje de cometerlo. Al contrario, al señalar y focalizar la energía en ese error fomentará la bajada del rendimiento del deportista: disminuirá su autoconfianza y, la confianza en ese gesto técnico, que hará que el deportista deje de ejecutarlo.
De este modo, para que esto no suceda debemos empezar a cambiar la manera de ver y focalizar el error. Evidentemente a nadie le gusta cometer errores en la competición (inclusive los mismos deportistas) pero como es algo inevitable, vamos a utilizarlo como un beneficio en vez de un perjuicio.
Recuerdo hace dos años cuando tuve la suerte de poder trabajar en un Club de Handbol de la província de Barcelona como psicóloga deportiva. En ese Club me dediqué a trabajar exclusivamente con los entrenadores de la mayoría de los equipos “A” de la base. Entre todos ellos, realicé un trabajo con un entrenador cuyo era totalmente reticente al error. Lo tenía claro, cada vez que uno de sus jugadores cometía más de tres errores seguidos, se iba al banquillo (y más por ser un equipo largo en plantilla). Recuerdo el primer día que vi el equipo competir. Al jugar en la liga más alta de su categoría, cada partido era como una “final” (o así lo planteaba el entrenador) a lo que decía y transmitía a sus jugadores, antes, durante y después del partido era -y cito textualmente- “no pueden haber errores”. Tenía la sensación (y así lo hacía llegar) que el mínimo error condenaba al equipo a la derrota, con lo que los jugadores debían competir sin cometer errores.
Bajo esta premisa nos pusimos a trabajar. Evidentemente los resultados no eran buenos y es que ¿cómo podían serlo si cada tres fallos cambiaba a los jugadores de pista? Claro está que era un entrenador muy exigente -y esta exigencia lo había llevado a donde estaba- pero debía modificar su posición ante el error si quería llevar al equipo a la victoria (y salvar la categoría).
Así que nos pusimos a trabajar y, después de varias sesiones conseguimos reconducir su conducta y sus palabras:
A nivel de habilidades de comunicación, por un lado, modificamos el lenguaje verbal. Conseguimos que el entrenador asumiera que el error era algo que no podía controlar y que formaba parte del juego. Así que modificó sus palabras previas a la competición para beneficiar los niveles de confianza de sus jugadores. Pasó del “no podemos cometer errores” a “confío en vosotros al cien por cien” y “toméis la decisión que sea seguro que es buena y, si no resulta, buscaremos la mejor”.
Asimismo, cambió su lenguaje durante la competición. Cada error que cometía uno de sus jugadores venia acompañado de un refuerzo y una mejora técnica en la que focalizarse (darse cuenta de porqué había cometido el error). De este modo, los niveles de confianza de los jugadores se mantenían por el simple hecho de desaparecer el “miedo a fallar por si me cambia”. Además, observamos que los jugadores eran más atrevidos e incluso, aquellos que nunca chutaban, empezaron a hacerlo, consiguiendo más opciones de marcar y, por tanto, más opciones de ganar.
Por otro lado, conseguimos modificar su conducta (y con ello, el lenguaje no verbal). En este sentido, el entrenador transmitía instrucción correctamente ejemplificada y lo que percibían los deportistas era un clima de apoyo en sus acciones. Quitamos el “cambio por el error” y fomentamos la participación activa de todos los deportistas. Conseguimos que salieran a la pista confiando los unos a los otros y, sobretodo, en ellos mismos y en su cualidad técnico-táctica.
Junto a estos cambios percibimos un mejor clima dentro y fuera de la pista en la relación entrenador – jugadores y, se dio tanto en entrenamientos como en competiciones. Al final, el equipo consiguió salvar la categoría siendo partícipes todos y cada uno de ellos en el campo y en el banquillo.
Si observamos el caso real, podemos ver que atender al error como el foco principal de mi lenguaje o apartarlo y asumirlo como un proceso del juego me puede dar tener un tipo de jugadores u otro muy distinto.
Si eres un entrenador que te focalizas en los errores de tus jugadores, debes saber que les estás quitando la confianza a medida que pasa la competición. Sin embargo, si eres un entrenador que deja los errores a un lado y los aprovecha para mejorar la técnica y la táctica de los jugadores, probablemente estés fomentando la confianza de tus jugadores.
Para finalizar, me gustaría recomendaros que a partir de ahora empecéis a identificar qué estás generando con tu conducta y tus palabras. Y, si quieres fomentar la confianza óptima de tus jugadores/as utiliza estas recomendaciones:
– Confía y transmíteles tu confianza.
– Utiliza el error como corrección (focaliza qué hacer en ves de qué evitar).
– Asume el error como parte del juego que te permite corregir elementos técnicos y tácticos.
– Enseña y trabaja el error: es parte del juego y su aparición es tan habitual que debería entrenarse (sobretodo, mentalmente hablando).